martes, 5 de diciembre de 2017

Asesinar en serie

                        Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe


NASH es el acrónimo formado con la primera letra de los términos natural, accidente, suicidio y homicidio, a saber, las cuatro formas de muerte existentes. Profundizando en estos conceptos me surge la cuestión de los determinantes que llevan a una persona a matar a otra y, es en ese momento, cuando otros conceptos copan mi pensamiento. Palabras como psicopatía, mafias, sectas, conducta antisocial, maltrato, sadismo y un largo etcétera están conectadas con la posibilidad de matar y aún más de matar en serie.

Profundizando más en los perfiles de los asesinos en series tradicionalmente se han considerado cinco motivaciones principales que definen subtipos de homicidas: videntes, misioneros, hedonistas, instrumentales (beneficio) o poder/control. Los llamados motivos videntes se vinculan a la existencia de algún tipo de afección mental que condicione el comportamiento del individuo y, en este sentido, uno de los ejemplos históricos es Ed Gein, apodado el Carnicero de Plainfield,  de profesión costurero. En su domicilio se encontraron todo tipo de restos de seres humanos con los que en una aparente necrofilia y presumible canibalismo decoraba su domicilio (sofá con piel humana) o incluso llegó a hacerse complementos (cinturón con pezones humanos). Este macabro personaje fue inspiración para la realización de la película Psicosis. En España ha habido algún perfil relativamente similar como es el mendigo asesino que confesó haber degollado a 13 personas entre 1987 y 1993 en un contexto de sintomatología paranoide y también de profanación de tumbas.

En el caso de los misioneros son asesinos que justifican sus acciones al supuestamente ajusticiar a personas indeseables. Bajo este prisma entran perfiles de homicidas que creen estar haciendo algún tipo de justicia social cuando en realidad dan rienda suelta a su agresividad. En este sentido y como ejemplo macabro cabría señalar la figura de Joaquín Ferrándiz, apodado el asesino de prostitutas por los tres crímenes de esta índole que cometió. En el caso de los hedonistas matan por placer y, muy frecuentemente, hay un rasgo sexual en sus crímenes. Si bien no había motivaciones sexuales, el asesino de la baraja (Alfredo Galán) mató a seis personas entre los meses de enero y marzo de 2003 con una pistola recabada en su pasado militar en Bosnia. Su firma con cartas de una baraja pretendía ensalzar su sensación de poder y necesidad de ser notorio en un más que claro complejo de inferioridad.

Respecto a los motivados por el beneficio, estarían los planteamientos de aquellos que quieren lucrarse o tener algún tipo de lucro. El caso de Margarita Sánchez (la viuda negra) es un buen ejemplo. Esta persona mataba a sus víctimas con un veneno que ponía en sus comidas y/o bebidas. Consiguió asesinar a cuatro personas aunque señaló en su juicio que no pretendía matar sino envenenar para robar. Por último, en cuanto al poder/control como motivación para el asesinato está el ejemplo de Gilbert Chamba apodado el monstruo de Machala quien en su país de origen (Ecuador) violó y mató a ocho mujeres y en España añadió una nueva víctima a su horrible historial.

Esta clasificación de motivos implica que algunos homicidas puedan presentar varias motivaciones y, en todo caso, puede quedarse corta. Detrás de las motivaciones están personas que pueden tener predisposición a la violencia en parte heredada pero, sobre todo, aprendida.

Reflexionando acerca de cómo se puede llegar a estas situaciones, aquellos niños que tienen predisposición a la violencia han de tener límites precisos desde pequeños ya que cuanto más mayores se hagan más probable es que no puedan modular su comportamiento. Alcanzar la adolescencia sin un adecuado desarrollo moral es un notable factor de riesgo para la posibilidad de exhibir conductas antisociales y violentas. Satisfacer continuamente los deseos de un niño en aras de aportar una aparente felicidad no es más que educar en una baja tolerancia a la frustración, no dar valor al esfuerzo para resolver problemas e ir construyendo una personalidad basada en el descontrol, ingrediente inequívoco de la violencia. Ahora bien, no todo es “psicológico” sino que hay que atender también a otros procesos de índole sociológica que justificarían también otros homicidios (p. e.: violencia machista, radicalismos políticos o religiosos, etc.).

No puedo terminar este escrito sin hacer una reflexión en torno a determinadas circunstancias de actualidad. Nuestra sociedad del siglo XXI tiende a normalizar y banalizar la exposición a la violencia. Menores con mayor psicoticismo (dureza emocional), más impulsividad y con un mínimo miedo son los perfiles habituales que pueden ejercer violencia. Como muestra de lo señalado en estos días en los que se presenta un caso muy mediático (el asesino de la catana) nos encontramos con una persona que no estudiaba en el momento de la comisión de los homicidios y con la “soga” de ponerse a trabajar –por indicación paterna- (no podía estudiar y no quería trabajar). Los determinantes de sus homicidios eran librarse de sus padres (para no ser controlado) y no dejar sola a su hermana ante la muerte de los mismos. Por cierto, se justificaron los crímenes por una “epilepsia” y, en todo caso, los rasgos psicopáticos también siempre fueron evidentes. Otra cosa, y dejaremos esto para otro escrito, son las posibilidades de rehabilitación de estos perfiles y/o de interiorización de determinados límites infranqueables... pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

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